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miércoles, 10 de noviembre de 2010

La escritura: dos mujeres, dos visiones

Mi oficio es escribir, y lo sé bien y desde hace mucho tiempo. Espero que no se me interprete mal: no sé nada sobre el valor de lo que puedo escribir. Sé que escribir es mi oficio. Cuando me pongo a escribir, me siento extraordinariamente cómoda y me muevo en un elemento que me parece conocer extraordinariamente bien, utilizo instrumentos que me son conocidos y familiares y los siento bien firmes en mis manos. Si hago cualquier otra cosa, si estudio un idioma extranjero, si intento aprender historia, o geografía, o taquigrafía, o intento hablar en público, o hacer punto, o viajar, sufro y me pregunto continuamente cómo harán los demás estas cosas, me parece siempre que debe haber una forma mejor de hacerlas que los demás conocen y a mí me es desconocida. Y me siento sorda y ciega, y noto como una náusea dentro de mí. Por el contrario, cuando escribo, no pienso nunca que pueda haber una forma mejor de la cual se sirven otros escritores. No me importa nada lo que hagan los otros escritores. Entendámonos: yo sólo puedo escribir historias. Si intento escribir un ensayo de crítica o un artículo de encargo para un periódico, lo hago bastante mal. Lo que escribo entonces tengo que buscarlo fatigosamente fuera de mí. Puedo hacerlo algo mejor que estudiar un idioma extranjero o hablar en público, pero sólo algo mejor. Y tengo siempre la impresión de ganar al prójimo con palabras que tomo prestadas o que robo aquí y allá. Y sufro y me siento exiliada. Por el contrario, cuando escribo historias soy como alguien que está en su tierra, en calles que conoce desde la infancia, y entre muros y árboles que son suyos. Mi oficio es escribir historias, cosas inventadas o cosas que recuerdo de mi vida, pero, en cualquier caso, historias, cosas en las que no tiene nada que ver la cultura, sino sólo la memoria y la fantasía.

Natalia Ginzburg (1916, Palermo-1991, Roma). Fragmento inicial de su ensayo Mi oficio, de Las pequeñas virtudes, 1962, Einaudi. El acantilado, 2002. Traducción: Celia Filipetto
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.La soledad de la escritura es una soledad sin la que el escribir no se produce, o se fragmenta exangüe de buscar qué seguir escribiendo. Se desangra, el autor deja de reconocerlo...Alrededor de la persona que escribe libros siempre debe haber una separación de los demás. Es una soledad. Es la soledad del autor, la del escribir. Para empezar, uno se pregunta qué es ese silencio que lo rodea. Y prácticamente a cada paso que se da en una casa y a todas horas del día, bajo todas las luces, ya sean del exterior o de las lámparas encendidas durante el día. Esta soledad real del cuerpo se convierte en la, inviolable, del escribir. Nunca hablaba de eso a nadie. En aquel periodo de mi primera soledad ya había descubierto que lo que yo tenía que hacer era escribir. Raymond Queneau me lo había confirmado. El único principio de Raymond Queneau era éste: Escribe, no hagas nada más.
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Escribir: es lo único que llenaba mi vida y la hechizaba. Lo he hecho. La escritura nunca me ha abandonado.
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...Eso hace salvaje la escritura. Se acerca a un salvajismo anterior a la vida. Y siempre lo reconocemos, es el de los bosques, tan antiguo como el del tiempo. El del miedo a todo, distinto e inseparable de la vida misma. Uno se encarniza. No se puede escribir sin la fuerza del cuerpo. Para abordar la escritura hay que ser más fuerte que uno mismo, hay que ser más fuerte que lo que se escribe. Es algo curioso, sí. No es sólo la escritura, lo escrito, también los gritos de las bestias de la noche, los de todos, los vuestros y los míos, los de los perros...
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...Un libro es lo desconocido, es la noche, es cerrado, eso es. El libro avanza, crece, avanza en las direcciones que creíamos haber explorado, avanza hacia su propio destino y el de su autor, anonadado por su publicación: su separación del libro soñado como el último hijo, siempre el más amado.
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Un libro abierto es también la noche.

Marguerite Duras (1914, Gia Dinh, Saigón-1996, Paris). Fragmento de Escribir. Gallimard, 1993. Editorial Tusquets, colección Andanzas, 1994. Traducción: Ana María Moix

martes, 7 de septiembre de 2010

Maillard, un acercamiento a Zambrano

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No todos los caminos tienen por qué recorrerse sobre huellas consagradas; muy al contrario. Como ella bien dijo, hay caminos que son sendas que se abren en el bosque y que se vuelven a cerrar apenas hemos pasado. Estas sendas casi siempre llevan a ninguna parte, se pierden en el bosque. Pero, a veces, desembocan en algún claro; entonces, ahí, la persona puede ser testigo del juego de la luz en el ámbito de la visibilidad. Ver, y luego describir la visión. Ser testigo. La filosofía que ella buscaba era, ante todo, un testimonio, el de ese andar titubeante, el de quien, perdido en el bosque, silba, como el filósofo, para alejar el miedo de saberse solo o canta, como el poeta, para hacerse la ilusión de estar acompañado. María Zambrano anduvo un camino personal; no puede decirse que ella lo inaugurara, pero sí que lo quiso convertir en método y proponerlo como tal, quiso describirlo mientras lo recorría. Ese camino es el de la razón-poética; su forma: la metáfora; su posibilidad: la disposición del espíritu; su materia prima: los símbolos.
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Chantal Maillard (1951, Bruselas, renuncia a su nacionalidad belga para adoptar la española en 1963, país de residencia). Fragmento de Zambrano y la tradición. Tomado del Centro Virtual Cervantes, Instituto Cervantes. A quien le interese, leer también La mujer y su obra, ensayo escrito por Maillard sobre Zambrano en 1988 y publicado por Editorial Antrophos, vol. V, Las mujeres y la filosofía. Maillard es poeta, ensayista y Doctora en Filosofía. Entre sus principales poemarios destacan: Hainuwele, 1999. Matar a Platón, Tusquets, 2004. Hilos, Tusquets, 2007. Algunos de sus ensayos: Placer estético en la tradición india. La creación por la metáfora. Introducción a la razón poética, Anthopos, 1992. La razón estética, Laertes, 1998. Contra el arte y otras imposturas, Pre-Textos, 2009.

jueves, 12 de agosto de 2010

Otra mirada sobre Clarice Lispector

Ella tuvo dos valentías: la de ir a las fuentes -a lo extraño del yo. La de volver, a ella, casi sin el yo, sin renegar de la ida. Se deslizó fuera del yo, tuvo esa severidad, esa paciencia violenta, salió por despegue, por irradiación, por despojamiento de los sentidos, hay que desnudar la vista, hasta la vista desnuda, hay que quitar a los ojos las miradas que rodean, verter las miradas que reclaman, como si fueran lágrimas, des-mirar hasta la vista sin proyecto, la contemplación.

Ella tuvo la doble valentía que sólo tienen las mujeres, cuando han seguido el curso del miedo, y han descendido por él hasta el desierto, y lo han reconocido hasta la muerte, y ahí, lo han probado para volver, no sin miedo, pero capaces en lo sucesivo de miedo vivo. Más grandes. El valor de no creer, y luego el valor de empezar a tener maravillosamente ganas de vivir antes, antes de toda explicación, antes de toda razón, antes de toda esperanza. O después.


Hélène Cixous. La risa de la medusa. Anthropos Editorial (1995).

miércoles, 12 de mayo de 2010

Imaginación y realidad

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La poesía es el espíritu, como el poema es el cuerpo. Dicho con crudeza la poesía es la imaginación…Estoy hablando de poesía pura. El propósito de escribir poesía es alcanzar la poesía pura. La validez del poeta como una figura digna de prestigio se resume totalmente en esto: que le agregue a la vida aquello sin lo cual la vida no puede vivirse, o no vale la pena vivirla, o es insípida; o, en cualquier caso, sería totalmente diferente de lo que es hoy. La poesía es una pasión, no un hábito. Esta pasión se alimenta a sí misma de la realidad. La única fuente de la imaginación es la realidad, y deja de tener valor cuando se aparta de la realidad. He aquí un principio fundamental de la imaginación: no crea sino al transformar. No hay nada que exista sólo en virtud de la imaginación, o que no exista de alguna forma en la realidad. Entonces realidad igual imaginación e imaginación igual realidad. La imaginación da, pero da en relación.


Wallace Stevens. El ángel necesario. Ensayos sobre la realidad y la imaginación. Editorial Visor (1994).